Rostro de un niño que se llena de alegría mientras con sus pequeñas manos enguantadas sigue el rastro de una hermosa luz, que también es sonido. Cuando el White Hands Chorus se puso en contacto con Canon en Japón, poco se imaginaban que llegarían a todo el mundo y se encontrarían en un escenario europeo. A través del poder de la poesía, la música, la fotografía y la impresión, sus actuaciones se han convertido en una fuerza creativa multidimensional que representa el espíritu Kyosei: vivir y trabajar juntos por el bien común.
Y lo más sorprendente es que la historia comenzó hace 200 años en el Theater am Kärntnertor de Viena, donde Ludvig van Beethoven se subió al escenario con mucho que demostrar. Llevaba una década sin presentar ninguna obra nueva. El gusto musical en toda Europa había cambiado y corrían rumores sobre su estado mental. Y, para entonces, ya había perdido completamente su audición. Iba a subirse al escenario con una orquesta completa (y el mismo número de cantantes) para interpretar su última obra, que llevaba seis años preparando: Sinfonía n.º 9 en re menor, Op. 125. Y era una obra experimental para los estándares de la época.
Pero para cuando la sinfonía llegó a su punto álgido, el fenomenal An die Freude («Himno a la alegría» adaptado de un poema de Friedrich Schiller), el público no dejaba de aplaudir. Y Beethoven no podía oírlo. La contralto Caroline Unger se acercó a él finalmente y le hizo girar muy suavemente, para que pudiera ver y recibir el aplauso del público. 200 años más tarde, An die Freude sigue considerándose una obra maestra que goza de gran popularidad en todo el mundo, y el aniversario de su debut se está celebrando en Viena de manera nunca vista. Entre otras, con el White Hands Chorus de Japón, quienes, con una alegría inconmensurable, se unieron a uno de estos actos para presentar una actuación y una exposición que también llevaban años preparando.
El White Hands Chorus Nippon (WHCN) fue fundado en 2017 por Erika Colon, su directora artística, con el objetivo de fomentar la inclusión social a través de la educación musical. Más de la mitad de los integrantes del coro son sordos o tienen dificultades auditivas, discapacidad visual, discapacidades del desarrollo o utilizan sillas de ruedas. «Desde los inicios de nuestro coro, hemos retado a los niños con un repertorio tradicional, pero en el que puedan ver reflejados aspectos de sus vidas», explica Erika, que considera que An die Freude resuena especialmente entre los jóvenes con los que trabaja. Por eso ella y el WHCN han pasado los últimos cuatro años convirtiendo la obra maestra de Beethoven y Schiller en una nueva pieza llamada «Shuka», o «Canción de manos», una combinación de lenguaje de signos, movimiento y expresiones faciales que da vida a la 9.ª Sinfonía de una manera nunca vista.
Su viaje hasta el lugar en el que se estrenó An die Freude comenzó con un simple comentario de un miembro del coro que, tras su primera actuación en 2021, le dijo a Erika: «Ojalá Beethoven pudiera ver nuestra interpretación en lengua de signos de su obra maestra». Esto la conmovió tanto que ella y su colaboradora creativa Mariko Tagashira estaban decididas a que los niños pudieran algún día abrazar plenamente el espíritu de Beethoven y llevar su actuación a Europa.
Fue cuando Erika, soprano veterana, se reunió con niños sordos, durante una visita a un colegio, cuando surgió la idea de lo que hoy es el WHCN. Los alumnos le pidieron que les mostrara cómo cantaba e inmediatamente se propuso «confiar en el mundo sin sonido», dice. «Es un error pensar que la música no existe si uno no puede escucharla. Hay algo más allá del sonido que conecta a la gente». Desde que vivió esta experiencia hace veinte años, ha estudiado a fondo cómo perciben la música las personas sordas y lo ha trasladado a su práctica como directora de coro que marca la diferencia.
Por eso, ella, Mariko y el WHCN se emocionaron cuando todos sus años de trabajo se reconocieron en esta pieza compleja y llena de matices y por fin se dirigían al lugar donde el propio Beethoven la interpretó por primera vez. La invitación consistía en interpretar su versión de An die Freude en un concierto de gala exclusivo en la sede de las Naciones Unidas en Viena, dentro de la conferencia Zero Project, dedicada a los derechos de las personas discapacitadas en todo el mundo. Fue una experiencia muy emotiva para todos los implicados, pero especialmente para los niños y sus padres. «Fue muy conmovedor. Me sentí muy orgullosa de los niños. Y me encantó que sus padres y demás personas de su entorno pudieran estar ahí para mandarles mucho amor mientras actuaban», dice. «Además, podíamos sentir la respuesta de los niños a todo este cariño. Existía una comunicación recíproca entre el público y los niños que convirtió el momento en algo muy, muy especial».
Mariko Tagashira también es una prestigiosa fotógrafa, por lo que pudo dotar de una nueva dimensión a su actuación a través de una exposición en el célebre WestLicht Museum of Photography. Ya había fotografiado anteriormente a miembros del coro en una habitación oscura mientras cada uno llevaba guantes blancos con luces LED en la punta de los dedos. Mientras movían las manos para «cantar», Mariko registró el recorrido de sus gestos con una exposición larga para captar los rastros de luz que ahora también forman parte de la sinfonía.
Sin embargo, después de que a una primera exposición de estas imágenes asistiera un niño ciego, se dio cuenta de que «había estado exponiendo fotos básicamente para aquellos que pueden ver». Por suerte, Mariko mantiene desde hace tiempo una estrecha relación con Canon en Japón y decidió trasladarles sus ideas. «Me prestaron su apoyo incondicional y me presentaron a un equipo de expertos en los Países Bajos con una gran capacidad tecnológica». Se refiere al software PRISMAelevate XL y a la serie de impresoras Arizona de Canon, que pueden crear «impresiones elevadas» asombrosas, mediante la superposición de tinta para producir una imagen totalmente táctil. Los visitantes de la exposición en el museo WestLich pudieron experimentar el movimiento de la música que Mariko había captado con los intérpretes y, por supuesto, esta tecnología también fue capaz de imprimir en braille las explicaciones de cada pieza para añadir más detalles. «El comentario de uno de los padres me emocionó muchísimo», recuerda Mariko. «Dijo que las fotografías captaban los aspectos silenciosos del mundo interior de sus hijos».
Al igual que el propio Beethoven, que abrazó el trabajo de un poeta para mejorar el suyo y adoptó nuevas formas de componer a medida que su audición se deterioraba, Erika, Mariko y el White Hands Chorus han redefinido lo que significa experimentar la música, recurriendo a todos los sentidos y utilizando la tecnología para enriquecer An die Freude. Erika ha empezado a llamar al proyecto «An die Freude» y espera que «trascienda todas las barreras de la sociedad y lleve la «alegría» a un abanico mucho más amplio de personas de todo el mundo».
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