Esta foto, así como la serie de la que forma parte, es muy personal para mí. Yo misma sufrí un accidente de tráfico de pequeña que me dejó una enorme cicatriz todavía visible. Como mujer nigeriana, quería observar cómo nuestras comunidades influyen en la manera en que vemos nuestras cicatrices y en cómo volvemos a conocer nuestros cuerpos. Yo crecí sin que mi cicatriz me afectara, pero cambiar de comunidad hizo que cambiara mi historia.
Recuerdo que, cuando era pequeña en Nigeria, mi cicatriz se comentaba de manera muy abierta y natural. Completos desconocidos me preguntaban: «Dios santo, ¿qué te ha pasado?». Pero cuando me mudé a Estados Unidos para estudiar, la gente se quedaba mirando, no decía nada y apartaba la vista. Por primera vez en mi vida, me sentí muy cohibida.
A medida que avanzaba el proyecto, empecé a hacer las fotos más de cerca; a veces las imágenes eran primeros planos tan cerrados que costaba identificarlas: ¿es una cicatriz o un paisaje? Costaba distinguirlas, y eso me encanta. Los patrones de la piel en proceso de curación reflejaban los patrones de la naturaleza.
Esta imagen, tomada con una 5D Mark III de Canon, representa un punto medio en el proyecto y busca establecer una conexión entre las marcas de nuestra carne y las de la tierra. Su cicatriz fluye como un río, desde la espalda, a lo largo del hombro y hasta la parte de atrás del brazo. Y es que ese es el objetivo: mostrar los paralelismos entre el proceso de curación de nuestros cuerpos y los patrones preexistentes en el mundo natural.
Me gusta cómo este enfoque juega con la mente. Te hace cambiar de perspectiva y fijarte en cómo miramos las cicatrices. Genera curiosidad y nos ayuda a ver más allá del daño sufrido por nuestros cuerpos y reparar en cómo sanamos.