Por protección, preservación o incluso simplemente porque es agradable estéticamente, el embalaje nos acompaña en nuestro día a día. Y, por supuesto, todos debemos involucrarnos en la elección de cuánto queremos que haya en nuestras vidas y cómo lo desecharemos en última instancia. Pero, para hacerlo de manera efectiva, es importante saber qué es necesario, qué no y por qué todo se hace de la manera en la que se hace.
A veces, un simple malentendido puede variar la forma en que vemos algo, incluso aunque tenga un propósito importante y útil. Y esto es lo que ocurre, sin duda, en el mundo del embalaje, que tiene muy mala prensa en cuanto a aspectos que quizás se escapan del control de los minoristas y fabricantes. Por lo tanto, hemos analizado algunos de los conceptos erróneos más comunes, lo que puede cambiar tu visión de cómo los productos se presentan, protegen y llegan a nuestras manos, empresas y hogares.
Menos es mejor
Es lo que pasa cuando estás en el supermercado comprando frutas y verduras. Eres tú quien se encarga de empaquetar la comida y llevarla a casa con cuidado, asegurándote de que no se aplasta y de que los productos de limpieza que también has comprado estén lo más lejos posible de ella. Sin embargo, cuando compras productos frágiles o perecederos para su entrega, es necesario protegerlos. ¿Te imaginas todo el desperdicio que supondría transportar este tipo de artículos con la mínima cantidad de embalaje? Los niveles de daño y desperdicio superarían por completo los beneficios que conllevaba la reducción de embalaje. A veces, más es más.
Dejar huecos vacíos es de vagos
Todos hemos recibido un paquete alguna vez y hemos pensado: «¡Mira cuánto espacio desperdiciado!». Pero ¿sabías que en la UE tenemos lo que se llama el «Reglamento sobre los envases y residuos de envases» (PPWR)? Esta directiva establece las normas y las proporciones que indican cuánto espacio vacío se puede dejar en un paquete: menos del 50 %. Puede que siga pareciendo mucho, pero en esta cifra también se incluirían materiales amortiguadores «de relleno», como el plástico de burbujas o las bolsas de aire. Y, cuando los artículos se envían en lo que se llama «embalaje en grupo» (es decir, agrupados por motivos prácticos), se debe calcular el espacio vacío de todo el envío, no solo por artículo. Por lo tanto, aunque parezca que el artículo va en un embalaje un poco espacioso, es posible que otros estén compensándolo.
Los clientes siempre pagan más por el embalaje sostenible
Podría ser cierto en casos aislados, pero, en la realidad cotidiana, los productos que compramos suelen producirse por volumen. Las economías de escala podrían ser más que suficientes para reducir significantemente el coste de los embalajes sostenibles, pero también hay otros beneficios mucho menos evidentes. Por ejemplo, algunos países ofrecen incentivos fiscales por usar materiales reciclables en el embalaje. Otros han aplicado sanciones por no utilizarlos. Además, no olvidemos que es probable que las empresas que invierten activamente en prácticas de embalaje sostenible estén también llevando a cabo otras iniciativas, como la reducción de residuos. Todo esto suele traducirse en mejores precios para los clientes a largo plazo.
La espuma para embalaje siempre es mala
A pesar de lo que puedas haber oído, la espuma de poliestireno expandido o EPS (a veces llamada poliestireno) es reciclable. Lo único es que es bastante difícil de reciclar, por lo que generalmente no se asume y, como consecuencia, la mayoría del EPS acaba en vertederos. Este es el único motivo por el que la espuma para embalaje tiene en general una mala reputación. Pero, como sirve como un amortiguador fantástico para proteger artículos muy frágiles, no tardaron mucho en llegar al mercado otras alternativas biodegradables o de origen vegetal, que son las que se utilizan ahora de forma generalizada. Entre ellas se incluyen los cacahuetes de embalaje compostables, que se disuelven en agua, al igual que los fabricados con madera e incluso las versiones de espuma fabricadas a partir de hongos, que se pueden reciclar fácilmente.
A los consumidores no les importa mucho el embalaje
¡Por supuesto que sí! Es el principal aspecto que influye en la opinión de los consumidores. El embalaje no es solo lo que abrimos cuando los productos llegan a nuestra puerta, sino todo lo que nos rodea. En las estanterías de las tiendas, en las imágenes publicitarias, en las manos de influencers… Todo se basa en las primeras impresiones y su peso aumenta cuando se trata de la identidad y los valores de una marca. Por lo tanto, incluso cuando se trata de un embalaje de lo más glamuroso, la gran mayoría seguimos pensando en lo que ocurre con él después y nos vemos influidos por ello.
Como en la vida, el equilibrio es clave en el embalaje. Lo que es necesario para garantizar que el producto se mantenga en perfectas condiciones frente a lo necesario para producir el mínimo impacto medioambiental. Y, como se puede observar, nuestro juicio inmediato sobre lo que es intrínsecamente «bueno» o inequívocamente «malo» no siempre es acertado. Al final, hay que informarse para poder tomar las mejores decisiones.
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