Dado el proceso constante de evolución al que están sometidas las palabras y su significado, a veces puede ser difícil establecer una conexión entre el uso moderno y la intención original. En este sentido, la «tecnología» es un gran ejemplo, ya que el significado actual de este término está a años luz del origen de las «artes mecánicas». Por este motivo, el hecho de que en Canon Bretagne hayan encontrado la manera de armonizar ambas definiciones es todo un ejemplo de creatividad tecnológica.
Canon Bretagne lleva casi cuarenta años fabricando consumibles para impresora en el oeste de Francia. El programa de reciclaje de cartuchos que lanzaron en 1997 no solo fue un éxito, sino que todavía sigue vigente. También en esas instalaciones, fabrican equipamiento médico e industrial para otras empresas. A primera vista, por dentro son tal y como cabría esperar, con cientos de personas ocupadas con todo tipo de tareas, desde prototipos hasta procesos de montaje de productos y procedimientos logísticos y de control de calidad. Sin embargo, entre los sensores y las placas de circuitos se esconde una manera de trabajar que, ajena a las nuevas tecnologías, ejemplifica la innovación tecnológica de antaño.
La metodología en cuestión se llama «karakuri» y, si bien sus orígenes se remontan más de mil años atrás, no llegó a Canon Bretagne hasta el año 2023. A primera vista, el término karakuri puede resultar confuso, ya que se traduciría como «truco» o «máquina». Sin embargo, cuando te explican que se originó en las karakuri ningyo, unas marionetas que bien podrían considerarse las precursoras de la animatrónica moderna, todo cobra más sentido. Con la «leve» excepción de que eran totalmente mecánicas y se usaban para dejar con la boca abierta al público de los festivales y teatros de la época, ya que no se movían usando las manos.
Una karakuri ningyo, c. 1800, Museo Británico (PHGCOM a través de Wikimedia Commons)
Todos los dispositivos karakuri se diseñan de forma interna y se pueden personalizar y adaptar a los usuarios.
Con el tiempo, el karakuri pasó a utilizarse en todo tipo de objetos funcionales (y prácticos), ya que su belleza radica en su simplicidad. La lógica y la intencionalidad sobre las que se alza su diseño utilizan las fuerzas naturales para solucionar problemas y mejorar el funcionamiento de los procesos. Un ejemplo serían las cintas transportadoras que utilizan la gravedad en lugar de la electricidad para mover cajas pesadas. Otro serían las herramientas de resorte que usan medios magnéticos para agarrar las piezas y evitar que el personal tenga que hacer movimientos repetitivos y potencialmente lesivos.
En un momento de la historia en el que la tecnología y la automatización dependen tanto de los chips, el software y la electricidad, el karakuri vuelve a los orígenes de la tecnología para maximizar los beneficios con un mínimo de recursos. Esta metodología, que encaja con naturalidad en los entornos de fabricación, está relacionada estrechamente con otro concepto japonés, el «kaizen» o «mejora continua». Por no mencionar la afinidad filosófica con nuestro propio principio rector, el Kyosei, que consiste en vivir y trabajar juntos por el bien común.
Estos son los cimientos sobre los que se yerguen algunas de las máquinas que se utilizan a diario en Canon Bretagne. Todas se diseñan de forma interna y se pueden personalizar y adaptar a los usuarios, lo que tiene la ventaja adicional de que el propio personal puede repararlas y realizar el mantenimiento sin grandes complicaciones, algo que contribuye enormemente a minimizar los tiempos de inactividad en los entornos de fabricación. Además, no se desperdicia nada. Cuando una máquina basada en el karakuri llega al final de su vida útil, se desmonta para reutilizar las piezas, de la misma manera que los productos de Canon se reciclan y se convierten en algo nuevo.
«Buscamos la simplicidad y el ingenio, como en los juguetes infantiles», explica Alain Boide, director de sección del departamento de CIMS y mejora de Canon Bretagne. «Además de necesitar energía para funcionar, las máquinas convencionales conllevan riesgos para la seguridad y aumentan la carga administrativa». Y, si bien por sí solo esto ya parece motivo suficiente para cambiar algunos procesos automatizados electrónicos por otros mecánicos, no hay que perder de vista los beneficios ergonómicos y para las personas que se desprenden de los dispositivos karakuri.
En un momento de la historia en el que la tecnología y la automatización dependen tanto de los chips, el software y la electricidad, el karakuri vuelve a los orígenes de la tecnología para maximizar los beneficios con un mínimo de recursos.
De hecho, las mismas personas que utilizan las máquinas desempeñan también un papel fundamental en su diseño. El bucle continuo de información que existe entre los usuarios de las máquinas y sus diseñadores es fundamental para mejorar y perfeccionar su manera de funcionar, así como para que sean lo más intuitivas y cómodas de usar posible. Esto es algo que cobra especial relevancia a la hora de reducir las tareas repetitivas, eliminar los movimientos incómodos y, lo más importante, asegurarse de que las máquinas sean inclusivas y accesibles para los usuarios con diferentes capacidades físicas.
En esencia, este proceso se engloba dentro de un conjunto de principios muy común en el sector de la fabricación: la fabricación ajustada o «lean». Fundamentalmente, esta metodología nos enseña a ver el mundo que nos rodea con nuevos ojos. La eficiencia y la reducción de los residuos son importantes, sí, pero esta metodología también enseña a las organizaciones que, para alcanzar tales objetivos, hay que trabajar juntos y hacer todo lo posible para que todo el mundo se sienta feliz, tanto los clientes como el personal de la empresa.
El hecho de que en Canon Bretagne decidieran adoptar el karakuri e incorporarlo a su día a día revela lo importante que es escuchar a todo el mundo para el proceso de innovación. Enseña a respetar los recursos que utilizamos para alcanzar nuestros objetivos y a comprender que incluso las mejoras más insignificantes en la manera de hacer las cosas pueden tener grandes beneficios para todo el mundo. Valores como estos son fundamentales, con independencia de cómo definamos el término «tecnología».
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