Un ferry de pasajeros es un lugar inusual para encontrar un aula. Pero para muchos refugiados ucranianos y sus hijos, el Isabelle no es solo un alojamiento temporal, es un lugar en el que crecer, aprender e inspirar un cambio.
«Ahora mismo, en Tallin, estamos a salvo y lo importante es que estamos siendo útiles. Y que los niños de Zaporiyia pueden sentirse alejados de la guerra, incluso aunque sea por unas horas a la semana».
Vera Pirogova es una fotógrafa, cineasta y estudiante estonia residente en Tallin. Junto con la embajadora de Canon Katya Mukhina, Vera ha pasado cada minuto de su tiempo libre a bordo del barco de refugiados Isabelle, entreteniendo y enseñando a los niños ucranianos los aspectos básicos de la fotografía.
El Isabelle, un ferry de 35 000 toneladas atracado en Tallin desde el inicio de la guerra, se ha convertido en un refugio temporal para muchos de los 65 000 ucranianos que han estado huyendo a Estonia durante los dos últimos años.
Y aunque muchos de ellos ya están instalados en hogares y tienen trabajos en su nuevo país, para otros el viaje a un puerto seguro está lejos de acabar. El Isabelle ha sido ese puerto para más de mil personas a la vez. La mitad son niños.
Un pueblo flotante para los niños ucranianos
Los informes de los medios de comunicación sobre su número varían. Algunos dicen que son 2000 personas, otros dicen que 1400. Sin embargo, lo cierto es que el Isabelle lleva atracado en el puerto de Tallin desde abril de 2022.
Antes de la pandemia, solía dedicarse a transportar personas y mercancías entre el puerto letón de Riga y Estocolmo. Pero cuando Rusia invadió Ucrania y muchos miles de refugiados se dirigieron a Estonia, el ferry no reanudó sus tareas.
En su lugar, puso rumbo a Tallin, donde se esforzaron por atender al enorme número de personas que llegaban a una ciudad relativamente pequeña. En aquel momento, buscar residencias y trabajos para tantas personas fue un enorme desafío que supuso que, para algunos, este inusual pueblo flotante se convirtiera en su «hogar» y el de sus hijos durante muchos meses.
Me pareció un paso importante ayudar a estos jóvenes refugiados cara a cara en un momento en el que sus vidas han cambiado más allá de lo que se reconoce».
Como resultado, lo que antes eran una sala de espera, una cafetería, un restaurante, un casino o una discoteca se han despejado y reutilizado para adaptarlos a las necesidades de los nuevos residentes.
Una pequeña zona de conferencias es ahora un aula donde, un par de veces a la semana, Vera y Katya comparten con más de una decena de niños y jóvenes unas pocas horas de entretenimiento y distracción. Todo ello con la ayuda de organizaciones de voluntariado como KINOcourse y OGOGO.
«Cuando no están en la escuela, los niños juegan por el barco todo el tiempo», explica Vera. «Creo que están muy motivados y tienen el gran deseo de probar cosas nuevas».
«Me pareció un paso importante ayudar a estos jóvenes refugiados cara a cara en un momento en el que sus vidas han cambiado más allá de lo que se reconoce».
Más que simples clases
Durante el tiempo que pasan en el Isabelle, los niños y jóvenes estudian a través de clases online desde Ucrania o asisten a diferentes escuelas en Tallin. Pero en su tiempo libre, «algo nuevo» es la oportunidad de tener en la mano una cámara Canon, aprender a usarla y llevarla con ellos mientras exploran su entorno.
«La idea es animarlos a encontrar una visión de algo que les parece muy familiar, pero que realmente no lo es», dice Vera, expresando la importancia de fomentar un sentido de investigación y retando a sus estudiantes a examinar las circunstancias de nuevas formas en cada lección.
«Las tareas son muy sencillas: fotografiar un reflejo, por ejemplo», recuerda. «Nos dimos cuenta de cuántos reflejos hay en el barco y cuántas ubicaciones interesantes tiene».
«Los niños entendían lo diferente que era cada imagen y se emocionaban: "¡Oh, mira, he encontrado esto!". Luego sonríen porque han encontrado algo que no ha encontrado nadie más. Este es realmente el objetivo de nuestra iniciativa».
Eso ha abierto los ojos de las profesoras al valor más amplio y real de su trabajo.
«Nos dimos cuenta rápidamente de que, aunque nuestro objetivo educativo inicial era enseñar los fundamentos técnicos, de composición y de edición, tenemos un papel mucho más amplio que desempeñar», comenta.
«No estamos aquí solo para aprender a usar una cámara. Estamos aquí para poner una sonrisa en las caras de los jóvenes que están viviendo el tipo de agitación que la mayoría de nosotros nunca experimentaremos».
Un nuevo lenguaje para expresarse
Cada clase es una mezcla de edades, con jóvenes a los que a menudo acompañan sus hermanos más pequeños de 10 u 11 años.
Para las profesoras, es una oportunidad de explorar diferentes formas de ayudar a sus estudiantes y a sus familias.
«Estoy orgullosa de que nuestro programa se haya creado de esa manera. En el caso de los más pequeños, puedo preguntar: "¿Qué ves? ¿Cómo te sientes? ¿Qué piensas de este hombre? ¿Está enfadado o contento?"», explica otra profesora voluntaria, Valentina Korabelnikova.
No estamos aquí solo para aprender a usar una cámara. Estamos aquí para poner una sonrisa en las caras de los jóvenes que están viviendo el tipo de agitación que la mayoría de nosotros nunca experimentaremos».
«Pero a los mayores les hacemos preguntas más complicadas: "¿Cómo se ha construido esta imagen?". En cualquier caso, el equipo está fomentando nuevas formas de ver y la capacidad de hablar sobre ti mismo y con las personas a través del lenguaje visual».
Y aunque puede que nunca conozcamos el impacto total que está teniendo la guerra en estos niños, las profesoras sienten consuelo sabiendo que el trabajo que están haciendo está claramente sirviendo de ayuda, ya que les ofrece un nuevo lenguaje a través del cual pueden hablar de su mundo, además de una distracción de una guerra que ha absorbido sus vidas.
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