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El agente de fotógrafos Mark George habla del verdadero Sir Don McCullin
Mark George, agente de Sir Don McCullin, ofrece un afectuoso relato del hombre con el que ha trabajado durante más de tres décadas.
ENTREVISTA
En el mismo conflicto en el que Don hizo su impactante retrato de un soldado americano con fatiga de combate, también se cruzó con un hombre agonizando debido a unas heridas letales en la cabeza. «Un día, en Vietnam, vi a un soldado con dos balas en la cara», relata Don. «Probablemente podría haber hecho uno de los retratos más increíbles de la historia, pero sentí que no era lo correcto. Cuando veo a alguien muriendo, debo confiar en esa persona. Este hombre, en su agonía, me pedía con los ojos (ya que no podía usar la boca ni ninguna otra parte del cuerpo) que no lo hiciese, así que no lo hice. ¿Qué más da que hubiera conseguido uno de los mejores retratos del mundo? La fotografía no te pertenece. Sea cual sea la oportunidad que se te presente, debes asegurarte de que la aprovechas con sensatez».
Probablemente podría haber hecho uno de los retratos más increíbles de la historia, pero no era lo correcto.
Para Don, que ha viajado por todo el mundo realizando todo tipo de trabajos, desde documentales sociales y reportajes de guerra hasta retratos y fotografía de paisaje, la fotografía se puede resumir de manera sencilla: «la integridad y la honestidad son los valores más importantes que debe mantener un fotógrafo».
La labor de informar sobre el conflicto y la catástrofe que realiza Don le ha llevado a cubrir la guerra de Vietnam, el conflicto de Irlanda del Norte, las guerrillas de los Jemeres Rojos en Camboya, el conflicto israelí-palestino y la epidemia del SIDA en África, ocasiones en las que ha captado momentos de un sufrimiento indescriptible. Mantener la honestidad y la sensibilidad resulta todavía más importante cuando se hacen fotos a personas que viven sus peores situaciones.
Para Don, ejercer el fotoperiodismo en tales circunstancias requiere un compromiso emocional. Cree que cada fotógrafo debe establecer sus propios parámetros de aceptabilidad en medio de todo ese trauma, de modo que pueda defender que hizo lo correcto cuando eche la vista atrás. Durante todos los años que pasó haciendo fotos en entornos devastadores, Don fue «cuidadoso, casi hasta el punto de convertirlo en una religión» a la hora de captar el sufrimiento, haciéndolo de una manera sensible y con la intención de dar a conocer su existencia, pero nunca con el propósito de sensacionalizarlo ni sacar provecho de él.
«Tener sensibilidad es lo más importante del mundo», afirma. «Si no la tienes, no deberías coger la cámara, subirte al avión, ni permanecer ante personas heridas o moribundas».
Este sentido de responsabilidad se refleja en la tranquilidad con la que el fotoperiodista intenta conocer a sus sujetos, cuando el tiempo lo permite. «Hace años, hice unas fotos a un grupo de personas sin hogar en Inglaterra», comenta Don. «La primera semana que pasé con ellos, no me llevé la cámara. Una semana más tarde, cogí la cámara y, cuando la saqué con cuidado de debajo del abrigo y empecé a hacer fotos, la gente empezó a crisparse y agitarse. Pensé que me iba a meter en un problema en cualquier momento, pero no fue así».
Don sostiene que la fotografía es un tipo de robo: «Debes convencerte a ti mismo de que estás robando algo que no te pertenece por derecho propio: las imágenes de otras personas». Esta ideología ha definido su obra a lo largo de los años, garantizando que no diese nada por sentado, que comprendiese dónde estaba el límite, como por ejemplo a la hora de respetar el último deseo de un hombre agonizando en Vietnam.
La fotografía ha sido una gran amante para mí pero, al mismo tiempo, también me ha hecho sufrir.
Cuando echa la vista atrás y piensa en su carrera y su «historia de amor» con la fotografía durante más de 60 años, Don explica que siente que la profesión lo eligió a él, como si una poderosa, y en ocasiones desafiante, fuerza entrara en su vida. «La fotografía siempre ha sido una gran amante para mí», comenta. «Me enamoré de ella sin darme cuenta. Fue ella la que me eligió, no yo. Pero, al mismo tiempo, me ha hecho sufrir». Y, teniendo en cuenta los altos principios morales de los que hace gala el fotoperiodista más respetado del Reino Unido, esta afirmación no resulta muy sorprendente.
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